6 cosas que aprendí mirando la riqueza de Sara Montiel

6 cosas que aprendí mirando la riqueza de Sara Montiel

Hay cosas importantes que aprendemos y reaprendemos por sabidas, cuando miramos los objetos que pertenecieron a alguien ya  muerto. Yo aprendí 6 cosas mirando la riqueza de Sara Montiel. En este caso, además, resuenan en mi cabeza las palabras de mi madre cada vez que ella aparecía en televisión “¡Que mujer más guapsara-montiela!” No sé si fue feliz, si sé que era tremendamente bella. Era rica en belleza física y por lo que he visto también en belleza material.

Lo único realmente nuestro es inmaterial

Mucha belleza que queda en el recuerdo y en objetos, cosas que  se han quedado aquí porque ella se ha llevado únicamente lo que no podemos ver, lo que no tiene forma, ni color, ni brillo, lo que no tiene cabida ni en un escaparate ni en el interior de una tienda.

Seguramente Sara los atesoró con cariño, los disfrutó y, muy probablemente, no pensó que serían expuestos en pública subasta de lujo. Nos es difícil pensar en qué sentido tienen los objetos que al fin y al cabo solo tienen sentido en relación a su utilidad, ya sea práctica o emocional.

Forman parte de una manera de afianzarte respecto a otros, al tiempo que suscitan admiración por el reflejo del éxito que representan.

Sin la emoción que aporta nuestra mirada, os objetos no tienen sentido.

Pocas cosas parecen tan vacías como lo dejado en este mundo cuando ya no estamos en él. Los objetos pasan a ser cosas sin vida. A veces pensamos cuando miramos un cuadro, un jarrón o cualquier posesión de otro,  que tienen una belleza en sí mismos sin darnos cuenta que la belleza se la aporta nuestra mirada y nuestra emoción. Sin la capacidad de evocación que nos sugieren estos objetos no tienen ningún sentido.

En realidad la belleza, o la ausencia de ella se la aporta nuestra  mirada, el proceso de pensamiento al que le añadimos emoción y valor.

Los objetos nos hablan en silencio

Los objetos no hablan aunque cuando todo lo que ven tus ojos ha pertenecido a alguien no puedes evitar preguntarte ¿Dónde estuvieron? ¿Quién los admiró? ¿Qué papel jugaban en la vida de esa persona o de otras muchas que la compartieron con ella? Y empiezan a cobrar una suerte de vida extraña, parecen la inanimada demostración de sensaciones ajenas. Algo así como lo que transmite Becquer en su poema del arpa que memoricé de pequeña. Este es el bucle, algo te recuerda algo que para ti tiene un sentido, la evocación de un recuerdo estrictamente personal.

Al final los objetos tienen el sentido que cada uno les da. Pueden tener mucho precio y poco o mucho valor. Ese valor es lo que aporta el significado que aporta el que los posee y el que los observa.

Shakespeare puso en boca de Prospero en La Tempestad la célebre frase de “nosotros estamos hechos de la misma materia que los sueños”  así que podemos soñar posesiones y conseguirlas aunque en realidad, lo verdaderamente soñado era lo que queríamos hacer, conseguir, disfrutar y sentir.

Poner nuestra felicidad en cosas no nos la garantiza

Muchas veces en nuestro afán de proporcionarnos la felicidad y de exponerla al resto del mundo les cedemos el valor de los sueños a los objetos, brillo para brillar, exquisita transparencia para beber en la mejor copa o la sensación de poder al pisar las mejores alfombras, la vida, tal y como está construida, nos lleva a reafirmarnos en lo externo. Significa eso ¿Qué es más fácil ponernos algo que brille en nuestro cuerpo que sacar a la luz nuestro brillo interior? Probablemente, porque es más sencillo apoyarnos en lo palpable que iniciar una larga y a veces dura búsqueda interior.

Cuando estamos en estado de SER nos conectamos a nuestra esencia. Ese punto de inflexión vital que nos proporciona auténtica satisfacción.

Nuestro estado del ser es un estado mental, es un estado de conexión entre nuestro cuerpo y nuestra mente, y por lo tanto algo íntimo que no tiene cabida en la esfera de lo público y que nos lleva a la auténtica felicidad enfocada a una misión y una acción.

La inteligencia, la voluntad, el amor, la generosidad… no pueden exponerse en un escaparate

Todo lo que realmente forma parte de nuestro auténtico patrimonio personal es lo que nos hace realizar cosas relacionadas con el amor, la belleza, la armonía, la solidaridad, el agradecimiento la voluntad. Son esas emociones que nos llevan a un estado profundo del ser. En realidad son los auténticos motores de nuestras vidas por que la satisfacción que nos producen no puede ser medida salvo por nosotros mismos, y en ese campo es cuando nos sentimos realmente felices.

Supongamos que alguien a quién amamos nos regala algo valioso que deseamos, nos sentiremos felices, por supuesto, lo tomaremos como una muestra de amor y cada vez que lo miremos sentiremos emociones… ¿Cuándo duraría nuestra felicidad proyectada en ese objeto? Si ponemos nuestra felicidad en un objeto de referencia, le estamos dando al objeto una trascendencia de la que carece en sí mismo, le damos el poder sobre nosotros y haciendo esto desperdiciamos nuestro verdadero poder. Supongamos ahora que ese mismo alguien a quién amamos nos regala su inmenso amor, armonía, comprensión, apoyo, ¿nos produce la misma sensación? ¿Cuánto duraría en este caso nuestra felicidad?

No a más precio hay más valor

Precio y valor llevan caminos distintos, el precio se lo puede poner otro el valor no. El valor que atribuimos a algo está íntimamente relacionado con nosotros. El valor lleva la carga de todo aquello que creemos que es el mundo, lo que nos hace felices. El valor es de lo atribuidos y lo atribuido es aquello intangible que sólo ocupa un lugar preferente en nuestro interior, puede acelerarnos el pulso, puede hacernos sentir escalofríos e incluso sensaciones tan intensas que tenemos hasta dificultades para ubicarlas en nuestro cuerpo, (un no se que, que se yo). En realidad esto que no somos capaces de definir constituye un potente motor para nuestra propia realización personal.

Para una buena vida es importante rodearnos de belleza incluida la material aunque lo es  mucho más lo que no nos podemos llevar de este mundo, la auténtica felicidad que atesoramos en lo profundo de nuestro ser.

¡Feliz buena vida!

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